Ley de Dependencia: descontrol y falta de humanidad
Después de más de dos años en trámites para reclamar los derechos que la Ley de Dependencia concede a personas como mi madre; después de innumerables llamadas pidiendo información; después de montones de papeles; después de varias visitas domiciliarias y la constatación de que ella, a sus casi 96 años, permanece inválida en silla de ruedas a causa de una rotura de cadera; después de todo eso y más, finalmente nos dan cita para que acudamos , el 2 de febrero, a “evaluar su estado” a las oficinas de la Generalitat en Av. Hermanos Bou de Castellón.
Puesto que en los Servicios Sociales del municipio nos han indicado que sí debemos desplazarla allí, a pesar del intenso frío, cargué como puede a mi madre en un coche, para llevarla bien arropada a la cita con el peso de sus años y su dificultad añadida para moverse.
Tras casi una hora de espera, el doctor que nos atiende sin siquiera mirar a la paciente, nos hace preguntas sobre el tipo de lesión, las causas de su lesión, la fecha del suceso, sus secuelas, medicamentos que toma, etc.
Finalmente dice que por su invalidez tiene derecho a desgravaciones en la Declaración de Renta y que recibiremos en casa unos papeles con los que hemos de acudir al Ayuntamiento para solicitar una tarjeta de minusválido que, colocada en el coche, nos permitirá aparcar en lugares reservados a tal efecto.
“Es una tarjeta -nos dice- que es válida para cualquier ciudad, tanto dentro de la Comunidad como en el resto de España. También es válida para desplazamientos por toda Europa”.
No creo -le dije al amable doctor- que mi madre tenga que desplazarse a Bruselas. Ni siquiera a Valencia y si hoy hemos venido aquí es porque Uds. nos han citado y nos han dicho que la trajéramos.
Finalizada una visita puramente administrativa y realizadas las anotaciones en el ordenador del facultativo, salí preguntándome para qué debíamos traerla a ella con este frío y con la dificultad añadida para moverla.
Siguiendo las instrucciones del médico, a continuación debíamos pasar por el despacho de la Asistenta Social situado a la derecha en un pasillo contiguo al suyo.
Cuando, tras media hora más de espera, nos recibe la Asistenta sentada ante su ordenador, y también sin mirar a mi madre, nos hace preguntas que va anotando: ¿Sabe leer? ¿Dónde vive? ¿La casa es de ella? ¿Cobra pensión?,…
Tras esas cuestiones (cuya importancia yo no logro descifrar) la funcionaria se pone a explicarnos lo mismo que el doctor: que mi madre tiene derecho a desgravaciones en Renta. La interrumpo para decirle que ella solo cobra 600 euros al mes y que no paga a Hacienda por lo que nada puede desgravarse.
Ya algo molesto y previendo que iba a despedirnos, le pregunto sobre cuál ha sido el motivo de hacernos acudir a esas oficinas y me dice que es para que la viera el doctor y para explicarnos lo de la desgravación en renta y también que decirnos que tenemos derecho a solicitar en el Ayuntamiento una tarjeta que puesta en el coche nos permitirá aparcar en lugares reservados para minusválidos.
“Sí -le dije ya un poco más molesto- es muy útil saber que si vamos a Bruselas podremos aparcar también allí en un lugar reservado para minusválidos ¿Es así no? Muchas gracias.”
Me marché abrigándome y abrigando a mi madre lo mejor que pude para soportar el frío siberiano que esos días ha penetrado en España y meditando sobre el burocrático sistema que rige en nuestra Administración que tiene distraídos a muchos funcionarios para perder el tiempo haciéndonos perderlo a todos, repitiendo una y otra vez los mismos informes con los mismos datos que conocen o debieran conocer de sobra.
Una administración que en su burocracia insensible, casi inhumana, exige transportar a una anciana en pleno invierno, con intenso frío a unas oficinas sin que yo sepa, todavía a estas fechas, porqué ni para qué.
Solo es una opinión, Ud. perdone - Por J. P. Enrique
Fuente : elperiodic.com
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