Presidente de la Sociedad Española de Geriatría y Gerontología
Pedro Gil: ´El anciano no se queja, eso es lo que salva a la Administración´
"Con la descoordinación de servicios que hay en España, la mejor solución es tener a los mayores en casa"
La cooperación socio-sanitaria es "inexistente", los servicios de geriatría "brillan por su ausencia" y las residencias de ancianos apuestan "por la rentabilidad de sus recursos en perjuicio del servicio óptimo a sus pacientes".
Así de sombrío ve el panorama de los ancianos el presidente de la Sociedad Española de Geriatría y Gerontología, Pedro Gil. "Lo peor es que aún no se ha tocado fondo", afirma
-¿La coordinación socio-sanitaria es necesaria o utópica?
-Es inexistente. Hay que buscar un sistema más complejo en el que la parte social y la sanitaria vayan de la mano. Las leyes actuales sólo se dedican a coordinar los recursos y esto, si no va unido de la integración, pierde sentido. Es necesario un modelo común. El paciente tiene que ser el centro de todo, no los servicios. Hay que ver qué necesidades tiene y adaptar los recursos a ello. Todo lo que no sea así pierde utilidad. Nos tenemos que fijar en modelos europeos y norteamericanos porque son más eficaces.
-¿Las residencias de ancianos miran más por su rentabilidad que por sus pacientes?
-Para tener una asistencia de calidad tienen que ofrecer servicios de forma integrada. Así se evitarían duplicidades y se reducirían gastos. Ese es el camino. Hay que ver qué necesita el usuario y qué se le puede dar. Para que esto tenga éxito es necesario contar con un presupuesto único.
-¿Qué más hace falta?
-Más recursos sanitarios, desde la atención primaria hasta la especializada, mucha formación, servicios de geriatría hospitalaria, residencias y centros de día integrados en el sistema sanitario...
-¿Qué balance hace de la Ley de Dependencia?
-Mi valoración no puede ser buena. Se generaron muchas expectativas y los avances han sido escasos. En algunos casos, incluso, se ha retrocedido. El problema es que una ley tan social como esta, tan dirigida a la gente, ha sido muy politizada. Así vamos mal. El estancamiento es absoluto y los Presupuestos para 2011 reducen la partida destinada a la Ley de Dependencia, con el peligro que ello conlleva. La crisis lo dificulta todo, hace que el proyecto se haya quedado únicamente en una estimación teórica. La situación es desesperante, tanto para los profesionales como para los dependientes.
-¿La situación económica puede llevar a que se suspenda la aplicación de la ley?
-No creo que ningún político se atreva a suspender la ley, pero también hay muchas formas de matarla. Por ejemplo, por inanición. La crisis debe llevarnos a un planteamiento más amplio de los recursos sociales y sanitarios con los que cuenta un país. España está tremendamente envejecida. Además, aquí vienen a residir muchas personas mayores de otros países. ¿Hay dinero para soportar esto? ¿Habrá rentabilidad a largo plazo? Son preguntas que no tienen respuesta. Actualmente hacemos frente a dos tsunamis: la dependencia y el envejecimiento.
-¿Existe una receta para afrontar esta situación?
-La situación debe tratarse con atrevimiento e ingenio, y eso no ocurre, nos limitamos a tapar agujeros. Esperamos salir con la idea de que todo vale. Hay que ahorrar en lo que sea posible, pero en la atención al paciente no se puede.
-Las condiciones de las residencias públicas, ¿son muy inferiores a las que ofrecen los centros privados?
Sólo se puede distinguir entre buenas y malas residencias. Esto será así siempre. Yo insisto en que no importa que las puertas o las ventanas sean más bonitas o menos, sino la atención que reciben los ancianos. Desde mi sociedad intentamos que cada vez que se crea una nueva residencia, preste unos servicios de calidad a los pacientes. Si conseguimos que todos los estamentos se ciñan a este concepto, habremos dado un gran paso. Es necesario crear una ley de mínimos que deberían cumplir todos los centros.
-¿Qué tiene que valorar una familia a la hora de elegir un modelo de residencia u otro?
-Con las públicas, lo primero que hay que ver es si quedan plazas vacantes. Trabajamos para que se oferten plazas a un sector que es amplísimo. En cuanto a las privadas, hay que pensar siempre que no son ONG, sino entidades con ánimo de lucro. No digo que sea malo, simplemente que hay que entenderlo.
-Si una familia le preguntara qué hacer con sus ancianos, ¿cuál sería su respuesta?
-Con los servicios tan descoordinados que tenemos, la mejor solución es tener a los ancianos en casa. Evidentemente, esto no es posible siempre. Para eso existen las residencias y los centros de día. Las estructuras familiares actuales no permiten que los ancianos se ubiquen en el hogar, ya no existe el cuarto del abuelo. Se han quedado sin su habitación. Ahora se repite el mismo proceso: las personas mayores viven en su propia vivienda mientras pueden, luego se las mantiene en su domicilio con asistencia y, por último, se las envía a una residencia.
-Y cuando usted sea anciano, ¿cómo imagina el panorama?
-Espero que estemos mejor educados y que existan más pisos tutelados. Seguro que estaremos más formados en la idea del anciano fuera de la estructura familiar. Yo ya me he mentalizado de que no voy a tener habitación en casa... Así que el Estado tiene por delante una enorme labor de prevención.
-¿De qué manera afecta a una familia tener que atender a un dependiente?
-Por lo general, el momento de mayor tensión llega cuando el dependiente cae enfermo. Afortunadamente, en España se reacciona muy bien y la mayoría de las familias asume a los ancianos dependientes. La aptitud es ejemplar. Reconozco que es una losa que les cae encima y que da lugar a crisis, rupturas, depresiones, insomnio, situaciones de ansiedad... Muchas familias necesitan asistencia psicológica, y más cuando no disponen de los suficientes recursos económicos.
-Al aumentar la esperanza de vida, ¿ganamos en calidad o prolongamos la agonía?
-Hemos aumentado la expectativa de vida a base de aumentar los años de dependencia. Esto sólo se puede modificar a través de la promoción y eso es muy complicado. Está muy bien crear unidades para gente que sufre trombosis cerebrales, pero si no implantamos un sistema de prevención de la trombosis, lo único que vamos a tener va a ser pacientes mejor cuidados. Tenemos que disminuir el tiempo que las personas tienen que convivir con las enfermedades.
-Males como el alzheimer o la demencia senil van a más. ¿Existe en España la asistencia adecuada para este tipo de enfermedades?
No, los resultados que vemos son inadecuados. No se ha creado un plan de atención al anciano ni hay voluntad para hacerlo.
Fuente : laopinioncoruna.es
La invisibilidad del envejecimiento
ResponderEliminarNuria Roldán Arrazola / Antropóloga
Las palmas de Gran Canaria
Los hechos ocurridos en Navalcarnero (Madrid) donde dos ancianos fallecieron fruto de un error humano, al ser olvidados por su cuidador en un microbús, nos ponen de manifiesto varios asuntos de hondo calado en una sociedad donde la esperanza de vida es mayor y la capacidad de cuidado de las familias se ha colapsado.
Si el aumento de la longevidad es un avance social y democrático que deviene de un aumento en las condiciones de vida, éste también requerirá un aumento en la cantidad y calidad de los servicios de cuidado.
La irregular y reducida implantación de la ley de dependencia, junto a la escasa oferta de plazas en centros públicos, y el consabido sentimiento de culpa de los familiares por no poder atender a sus mayores en su propia casa, hace que el drama este servido.
¿Cuáles son las razones profundas que hacen que un cuidador olvide a los ancianos en el microbús durante 10 largas horas? ¿Dónde se encuentran sus familias? ¿Y los profesionales del centro que no los echan en falta hasta 10 horas después?.
Las sociedades occidentales que han creado compartimentos estancos, de mayores, de jóvenes, de mujeres, de menores etc. generan compartimentos que nunca coinciden.
Es difícil recordar cuando vimos o estuvimos con una persona mayor, solo en situaciones ocasionales nos encontramos con ellas, fiestas familiares, navidades etc
Lo cierto es que no forman parte de nuestra cotidianidad.
La vejez no forma parte de nuestras vidas, nuestro lugar de trabajo, el gimnasio, el transporte etc. no acoge a nuestros mayores.
Los mayores están recluidos y sus familias se sienten angustiados por ello, porque saben que la estancia prolongada en las residencias no son lo más recomendable para su salud mental y emocional.
Si las familias no pueden asumir sus cuidados, por los ritmos que imponen las sociedades postindustriales, las administraciones no desarrollan y dotan correctamente las situaciones de dependencia, ¿Cuáles son entonces las medidas a tomar?.
Con independencia de la exigencia a nuestras administraciones en el cumplimiento de la Ley, habría que ir pensando en crear espacios de solidaridad sin intermediarios.
Existen ya experiencias de grupos de mayores que deciden compartir vivienda, cuidados y atención en la tercera edad que haga más llevadero la soledad y la sensación de vulnerabilidad que produce la edad.
Proveernos del cuidado y afecto necesario es también un acto de ciudadanía, una muestra de nuestra autonomía frente a una demanda de cuidados que no es atendida por el Estado.
La institucionalización de la vejez como etapa de la vida que antecede a la muerte hace que no enfoquemos correctamente los acontecimientos. Obligarnos a mirar es un ejercicio muy saludable.